domingo, 27 de mayo de 2012

Osterie



Paul Cezanne - Los jugadores de cartas



¿Como puedo traducir esta palabra, típica italiana, mejor véneta, en el español de America? 

Encontré “fónda”, “taberna”, no puede absolutamente ser “bar” que es otra cosa, tal vez la mejor sea “cantina”. Pero, me pregunto, quizás la dificultad consiste en el hecho que aquí en Mexico, en Durango, nunca existió una “osteria”, por lo meno como yo la entiendo, como yo la recuerdo, como yo la viví.

Porqué, antes de todo, osteria quiere decir vino, quiere decir cantina o sea sótano donde por la temperatura y humedad casi constante en las temporadas se tenían toneles guardando y madurando vino. Toneles y no, como ahora se acostumbra en la moda francesa, barricas. No, propio toneles de cien hasta doscientos litros de vino que de veras en la osteria no se quedaban por mucho tiempo. Y el secreto era, para guardar la calidad del vino que no se oxidara tomando olores feos, de transvasar de un tonel al otro más pequeño, y a otro aún más pequeño. Y luego sangrarlos para ponerlo, el vin, en garrafas de barro y servirlo en la barra o en las mesas.
Había que trabajar, en la osteria !

Sí, osteria es sinónimo de vino.
Que podía ser, blanco o tinto, pero siempre vino de los alrededores, de la región, los franceses dirían del “terroir” (palabra que ahora está de uso común en todos idiomas).  Se le decía al oste, al cantinero, alargando el vaso en la barra: “ponme merlot, ponme cabernet” o, si era en la ma
ñana cuando mejor se toma el blanco, “tocai”, “soave”, o “prosecco” espumoso.

Ah, las osterie!
Las encontrabas en la parte mas antigua de la ciudad (en el tiempo vivía en Padua), en el barrio donde las calles son estrechas y sinuosas, el piso pavimentado de gorrones, los pórticos, tipicos de las ciudades medievales italianas, altos y abiertos.

De afuera no se lo entendía: habían cortinas blancas que cerraban las vidrieras, adentro mesas pequeñas con sillas empajadas, poca luz.
Y la barra, larga de lamina cincada o de marmol y atrás el cantinero y su mujer.

La “fauna” de las cantinas era muy particular. Siempre estaban unos “asiduos”, borrachos de las primeras horas de la manana, que mendigaban un vaso de tinto, pero también corredores que tenían por allá su despacho, u abogados de tercera que esperaban a improbables clientes.
En las mesas se tenían partidas de cartas que muy a menudo continuaban hasta la noche, cuando el cantinero cansado ya había bajado el cierre metálico de las vitrinas.

Pero, sobretodo, estudiantes. De la universidad de Padua adonde venían de toda Italia y también del extranjero. La osteria era el lugar de encuentro y cada grupo de amigos tenía su preferida. Y no solo jovenes sino también jovencitas.
Se hacían encuentros simpaticos y espontáneos pues el vino nos desbloqueaba de la timidez y del empacho juvenil: me acuerdo de algo muy tierno.

Los nombres daban indicaciones del lugar, del tipo de vino que servían, de donde venía el cantinero, u otra particularidad: “A los vinos veroneses”, “A los toscanos”, “En casa de la morena”, “La pechugona”.

Bueno, no había sólo vino en la barra. 




Lo que se encontraba era algo muy sencillo. Antes habían justo huevos duros cortados y anchoas, las enrolladas con la alcaparra en el medio ( el salado empuchaba a tomar...); luego la cantina empezó a poner platos de queso, de salame casero, de jamon serrano; si la mujer, la ostessa, tenía gana, a veces cocinaba salsichones, albondigas, repollo en salmuera.

Muchos, los estudiantes comían allá, era más genuino y barato. Y luego volvían a la partida de cartas, o a las charlas, riendo, fumando, tomando hasta la noche.



Ahora, de todo esto no hay ni siquera el recuerdo. Se perdió todo. No sólo los lugares sino, y más importante, lo que tenían adentro: una manera de vivir, un género humano, una humanidad.
Desaparecida.
Y no hay WWF que pueda regresarla.




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