jueves, 6 de diciembre de 2012

La mística del estado y los bienes públicos




Preguntar “¿Sin estado, quien construirá las carreteras?”
es como preguntar “¿Sin esclavos, quien cosechará el algodón?”


A la pregunta “¿Quien construirá las carreteras?” a menudo soy propenso a contestar: “No lo sé”. Esto por lo general crea una sensación de triunfo en el contricante, puesto que el reconocimiento de “no saber” confirma en ellos la sospecha que el mercado sea inferior a la coerción estatal. Pero el “no lo sé” no es una admisión de derrota, sino más bien, la admisión de no poder preveer el proceso de mercado.
Caleb McMillan



Me pregunto: ¿Cómo puede ser que personas inteligentes y cultas puedan caerse en esta trampa del estado indispensable y todopoderoso? ¿Que pasó que el estado, edificación bastante moderna, haya construido -se haya enraizado en la mente y en la  vivencia del hombre- esta imagen, que llamaré mística, fideistica, absoluta y dogmatica, mitológica?


Tengo amigos pensando que sin estado no tendríamos agua en las casas o desague y alumbrado en la calles. A parte que aunque con el estado a veces no los tenemos, de veras no entiendo como se pueda pensar que el estado sea el unico posible proveedor de estos bienes cuando vivimos en una sociedad que nos proporciona cualquier cosa desideramos, -a veces para crearnos nuevas necesidades, pero también nuevas satisfacciones-, que nos offrece lo que nunca abríamos pensado querer.

Y estos que así creen son los mismos que están convencidos que en los gobiernos y en sus instituciones se anida incompetencia si no corrupción, donde hay arbitrariedad y desperdicio de recursos, donde aparecen enriquiecimientos personales y familiares dudosos…

Éste es el punto crucial: aunque no tenemos confianza en el estado y en su mano operativa, el gobierno y los politicos, sin embargo por oportunidad, por rutina, por debilidad, por falta de profundización, no querendo sacar en consecuencia, seguimos acreditandolo, creendolo indispensable y insustituible.


De otro lado el mismo estado, el mismo gobierno con la retórica de las manifestaciones, de las celebraciones de todos los aniversarios posibles -pabellones al viento, himnos, tambores- fortalece la sensación, hasta hacerla convencimiento y dogma, que afuera del contexto organizado por el, haya un cultivo de “hombres-lobos” -para citar a Hobbes- que viven en manera egoísta y asocial, en una condicion de conflictividad permanente.
Entonces es correcto, es inevitable que el estado se ponga arreglando, dirigiendo y supervisando cualquier cosa: todo se convierte en “bien comun” no porque sea tal sino porque el estado se arroga el derecho-deber de hacerlo.
Y al final, acostumbrados, domesticados, esclavizados, son los mismos ciudadanos reclamando que sea el gobierno quien se haga responsable de solucionar caulquier problema de su propia vida.

De la escuela para criar en la aceptacion del estado “ángel de la guarda”[1], al trabajo regimentado por los sindicatos, al seguro social quitando a los ciudadanos lo que les queda de su responsabilidad, a las intervenciones publicas (gota de ayuda, despensas…) creando dependencia y subordinación en un pueblo sometido que va perdiendo su iniciativa y su espiritu emprendedor.

Es la apoteosis del estado, el poder esclavizante que ha creado su necesidad así perpetuando su vida.


A fuerza de mirar la realidad con las lentes deformadas y deformantes de la mística estatista, erróneamente somos llevados a creer que más allá del horizonte visual del estado no haya nada.
Sólo el estado puede asegurarnos los bienes y servicios ya considerados esenciales.
Sólo el estado y sus gobiernos pueden proveernos con eficacia de la protección, de la seguridad, de la justicia.
Sólo del estado a través de sus intervenciones nos puede garantizar la reducción de la incertidumbre y del riesgo.

Lo que queda en la sombra en esta glorificación del estado es “la otra cara de la luna”, la cara oculta del estado moderno en cualquiera latitud se encuentre: el incremento del peso político-burocrático, de los impuestos y de la reglamentación; el asalto a la creacion de riqueza y valor económico, al beneficio del intercambio de mercado; la proliferación de un fenómeno de colosal relevancia y consecuencia: el parasitismo político.

Bienes comunes. Para regresar al inicio, el agua en las casas, el alumbrado en las calles, siempre son la mejor justificación y la coartada perfecta para los gobiernos legitimando su elefantíasis y su parasitismo.




P.D.
Murray Rothbard, irónicamente, explicó una vez que si el gobierno fuera el único fabricante de zapatos, la mayoría de la gente sería incapaz de imaginar cómo podría producirlos el mercado. ¿Cómo podría el mercado producir todas las tallas? ¿No sería un desperdicio fabricar estilos para cada gusto? ¿Qué hay de los zapatos fraudulentos y los fabricantes de baja calidad? Y supuestamente los zapatos son un bien demasiado importante como para soportar las vicisitudes de la anarquía de mercado.

 
  


[1]  Tomo de Arturo Damm Arnal esta muy pertinente definición.



2 comentarios:

  1. la argumentación a base de comparaciones es buena en la escuela primaria, pero no en el debate social , la comparaciíon de quien fabrica los zapatos es tan tramposa como la de quien consruye las carreteras las dos posicions se muerden la cola raul gonzalez avelar

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  2. "Debate social" a los socialistas-estatistas-populistas les encanta usar la palabra "social" que dice mucho y nada a la vez, lo que es "de todos" no es de nadie. Las "sociedades" no debaten, son las personas quienes lo hacen.

    ¿qué es lo "social" sino la excusa del tirano para imponer a muchos su propia voluntad en aras del "bien comun" (segun como él y sus acólitos lo entienden)? La "sociedad" no tiene valores, son las personas que ella la conforman quienes los tienen, no existe "responsabilidad social", tampoco "justicia social" ni "debates sociales" ni nada de esa bule progresista-estatista las personas son responsables individualmente de sus actos, la justicia se aplica a individuos no a colectividades. Justicia, responsabilidad y debate son conceptos personales, no colectivos, cuando se aplican a colectividades ellas se anulan a sí mismas con un efecto terrible: la acumulación del poder en la autoridad, ya no seran las personas responsables de sus actos sino el gobierno.

    La excusa de lo "social" es tan arbitrario y tan absurdo como decir que un conjunto de personas cuyo nombre inicia con la letra "B" conforman una "ciudad".

    Crisbio

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