La colmena, la riqueza y la corrupción.
Mandeville, el médico holandés, "hombre honrado y
de cabeza clara", que escandalizó a la Inglaterra de los vicios privados y de los públicos beneficios.
El panal rumoroso... Seis peniques, caballeros...
Seis peniques, el panal rumoroso o sea
los bribones volviendose honrados…
A las esquinas de las calles, en la Londres de los
primeros años del siglo XVIII, vendedores ambulantes ofrecían unos
de los muchos opúsculos que constituían la literatura volante del tiempo: un folleto
divertido, una sátira sin duda, con aquel subtítulo de los bribones hechos
caballeros.
Y el opúsculo se vendía bastante bien. Habían muchos de este tipo, pero los curiosos nunca
faltaban. Un pequeño poema en octosílabos, de 433 versículo: es la fábula de
las abejas que vivian prósperamente bajo un gobierno a decir verdad excelente:
“Con más regalo que aquél
ningún enjambre vivia:
ni tiranos padecía,
ni la democracia inquieta,
porque entre leyes sujeta
y afianza su monarquía”.
ningún enjambre vivia:
ni tiranos padecía,
ni la democracia inquieta,
porque entre leyes sujeta
y afianza su monarquía”.
Gobierno constitucional, entonces, como lo que
estaba vigente en Inglaterra, después del advenimiento de Guillermo de Orange, aristócrata
holandés y príncipe protestante, que consiguió, como Guillermo III las coronas
inglesa, escocesa e irlandesa después de la Revolución Gloriosa del 1688.
Pero
tenemos que presentarlo este escritor, médico más interesado al cuerpo social
que al cuerpo sus pacientes. Bernard de Mandeville nació en Dordrecht, Holanda,
estudió medicina en Róterdam y filosofía en Leiden y a la fin del siglo XVII lo
encontramos en Londres, unos años después
que había llegado el rey holandés: en el tiempo tuvo que haber sido una
importante inmigración holandesa a Inglaterra…
Hemos
dicho de su interés para la vida social y esta, en forma satírica y sarcástica,
se manifestó en su primera obra, la antedicha, de la cual iremos hablando.
Con la fábula de sus abejas nos enseña que en la
colmena la honradez era de verdad poca y la virtud sólo un barniz; y se tiraba adelante muy bien. Claro habían los bribones
de menesteres oscuros que traficaban con los vicios y las flaquezas humanas,
pero ¿quien se mantenía inmune de deshonestidades? Ministros preocupados más de
sí mismos que de la nación, jueces de equidad susceptible de modificaciones por
un precio adecuado, médicos aplicados al dinero y a la apariencia más que a la
salud de sus pacientes; y abogados,… bueno es facil hablar mal de ellos … y
también de los curas. Y adelante con todas las profesiones y los oficios.
Mis lectores ahora se daran cuenta del porqué sus
folletos fueron enjuiciados y el autor, intitulado por un juego de palabras Man
devil - hombre diablo, llegó a ser, a los ojos de la opinión pública inglés
un desinhibido libertino.
Aunque como ya sabemos las de arriba son cosas
reconocidas en el mundo…
De todas formas, Inglaterra siguió siendo la colmena de la fábula de Mandeville, es decir el lugar en
donde los “vicios privados” eran reprobados por todos pero se volvían, con mayor éxito, “públicos beneficios”.
Los ingleses condenaron el médico holandes pero no dejaron de vivir hipócritamente
como las abejas rumorosas de la fábula.
Sólo quarenta años más tarde se reflejaron, con participación
y consenso, en el tratado “Sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de
las naciones”: y quizá no se dieron cuenta que la “mano invisible” a la cual
Smith atribuye la armonía de las humanas cosas otro no era que el egoismo en el
cual Mandeville había encontrado una utilidad social.
“No es la benevolencia del carnicero o del panadero
la que los lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a
sus intereses…"
El autor se defendió con una memoria que apareció
desde entonces en las ediciones siguentes junto a explicaciones y comentarios:
el pequeno poema del 1705 ya era una antología de versiculos, comentarios en
prosa, anotaciones, diálogos, réplicas.
Seguimos con la historia.
A pesar de todo, o, más bien, propio por eso, el país,
la colmena, prosperaba y gozaba: miles de pobres vivían por el lujos de los
ricos – lujo nutrido por vicios, corrupción, fraude pues cada una de estas
instancias produce empleos, trabajo y ocupaciones.
El orgullo, el fraude, el lujo
rinden beneficios ciertos
y resucitan los muertos
a su irresistible embrujo.
¡Si hasta del hambre el influjo
fomenta la digestión;
las mismas industrias son
efectos del artificio,
y es imposible sin vicio
edificar la nación!
rinden beneficios ciertos
y resucitan los muertos
a su irresistible embrujo.
¡Si hasta del hambre el influjo
fomenta la digestión;
las mismas industrias son
efectos del artificio,
y es imposible sin vicio
edificar la nación!
Pero las abejas de esa ciudad ciudad claman al
cielo por su decadencia moral. Jove-Júpiter las oye y les devuelve las leyes de
la pública moralidad: el crimen cesa; se cierran y quedan desocupadas las
cárceles; la lujuria es destronada por la decencia y la modestia; se quedan sin
trabajo sastres y cocineros, sin dinero políticos, burócratas y abogados
corruptos; en fin reina la austeridad y la frugalidad pero con ella aparece la
pobreza y la avaricia.
En poco tiempo la colmena se despobla, pierde su
antiguo poder, renuncia a comerciar con el mundo, se encierra en una economía autárquica
y austera.
La “moraleja” de Mandeville reza: “A solas la
vertud no puede hacer grande un país. Los que querrian resucitar la edad del
oro tienen que aceptar junto con la honradez también las bellotas, comida de
puercos”
Porque,
si bien se repara,
la insobornable virtud
no es prenda de la salud,
aunque la ayuda y prepara.
Hay que dar al alquitara
mezclas de esencia remota,
y sólo entonces borbota
la soñada Edad de Oro,
libre de usar, sin desdoro,
la honradez ... y la bellota.
la insobornable virtud
no es prenda de la salud,
aunque la ayuda y prepara.
Hay que dar al alquitara
mezclas de esencia remota,
y sólo entonces borbota
la soñada Edad de Oro,
libre de usar, sin desdoro,
la honradez ... y la bellota.
Pero la obra de Mandeville nos hace entender algo,
bajo la paradoja del sarcasmo y de la ironía: la sociedad es un ente muy
complejo y de efectos sorprendentes e inesperados. Sobre todo inesperados: decisiones
que parecen promover el vicio en realidad promueven la virtud. Medidas que
persiguen el bienestar en realidad causan daños.
La costurera cuyo propio bienestar depende de los
caprichos de la moda; el mesero y el barman que pueden cuidar a sus familias gracias
al consumo de alcohol de sus clientes; la fábrica de telas que hace posible la
vida de sus trabajadores y que existe gracias a la pasión por el lujo y las
novedades.
Mandeville continúa con las paradojas para reiterar
la complejidad de la sociedad. ¿Cuál puede ser el beneficio que el público
reciba de la existencia de ladrones? Pero, ¿qué sucedería si por algún milagro
repentino absolutamente toda la gente de una nación se tornara incapaz de
robar? Mandeville contesta que la mitad de los artesanos del país estarían
desempleados.
La razón es sencilla. En todas partes existen
adornos, cerrojos y objetos que sirven de protección contra robo a las casas.
Nunca se hubiera pensado en esas rejas, puertas y cerraduras, de no existir el
peligro de ser robado. Quienes hacen su trabajo de la satisfacción de esas
necesidades se quedarían sin empleo.
Mandeville da otro ejemplo de esas situaciones en
las que el mal y el bien se encuentran.
¿Imaginaríamos que las mujeres virtuosas, sin
saberlo, promueven el trabajo de las prostitutas? O puesto de otra manera ¿la
incontinencia presta un servicio a la preservación de la castidad?
Quien tiene deseos poco limpios en medio de jóvenes
mujeres decentes, sabe que de llegar sus instintos a límites puede acudir a los
servicios de mujeres más complacientes. No puede culparse de esto a la decencia
de esas mujeres castas.
Desde luego y muy importante, Mandeville no afirma
que para fomentar el empleo debería haber más ladrones, que para preservar la
honradez de las mujeres hay que abrir más prostíbulos.
Se limita a señalar esa paradoja, que es el punto
central de su idea: un acto reprobable produce un beneficio, es decir, en la
sociedad hay efectos inesperados.
Este autor es de obligada lectura para los
gobernantes que piensen en medidas simplistas y directas; y también es para los
ciudadanos que se pregunten cómo es posible que sueños de sociedades mejores
acaben produciendo sociedades peores, olvidando que el camino hacia el infierno
está empedrado de buenas intenciones.
Pero no, este ultimo de los prostíbulos, sí, lo
dijo en su “A modest defence of public stews” (Una modesta defensa de las casas
de placer) en donde desea que se fije en Londres un barrio de estos lugares, y
describe cuantas, cual precio, cuales atenciones tener para reducir los casos
de muchachas y mujeres casadas, victimas de los deseos varoniles.
El hombre excitado – nos dice Mandeville – allí hubiera
podido calmar con seguridad sus ardores y la excitación habría quedado sólo en
la imaginación; en este caso -nos recuerda el doctor Mandeville- esta pasaría “a
glande penis ad glanden pinealem (sic)” (del glande del pene a la glandula
pineal).
Por eso es posible concluir que lo que era una
paradoja, se vuelve una realidad: la castidad es protegida por la lascivia y la
mejor de las virtudes quiere la ayuda del peor de los vicios.
“Hombre
honrado y de cabeza clara” es el comentario de Karl Marx leyendo sus obras.
Los
versiculos en cursiva son de Alfonso Reyes que en el 1957 hizo la “paráfrasis
libre” El panal rumoroso, de “The fable of the bees” de Bernard
de Mandeville.
Hemos
traido ideas de la carta titulada “Un
medico immoralista del settecento, Bernardo di Mandeville” por un anónimo del
1937 y de Vicios y Bondades por ContraPeso
del 2000.
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