He conocido Alberto Medina Méndez a
través de sus articulos y programas que aparecen en Existe Otro Camino, su sitio web.
Es un joven periodista y pensador
argentino, ecléctico y muy profundo, de formación liberal. Sus íconos, también
aparecen en el sitio, son John Locke,
Juan Bautista Alberdi, Thomas Jefferson, Frédéric Bastiat, Ayn Rand.
Nada que decir es una manada de gigantes aunque, para nosotros los libertarios, en esta galería faltarían otros como Ludwig von Mises, Murray N. Rothbard, Hans-Herman Hoppe y Jesús Huerta de Soto …
Nada que decir es una manada de gigantes aunque, para nosotros los libertarios, en esta galería faltarían otros como Ludwig von Mises, Murray N. Rothbard, Hans-Herman Hoppe y Jesús Huerta de Soto …
Encuentro en sus escritos mucha
afinidad con mis ideas y, sin duda, una notable profundización y lucidez.
Aquí les pongo, que puedan mis
amigos disfrutarlo, su último y muy interesante articulo “Fabricantes de pobreza”,
que apunta un fenómeno político del estado del bienestar “quien hace su negocio
el ayudar a los pobres y termina alimentándose de ellos”.
Medina Méndez habla por su país, Argentina, pero sus palabras valen por todos los paises socialistas, es decir por todo el mundo.
Medina Méndez habla por su país, Argentina, pero sus palabras valen por todos los paises socialistas, es decir por todo el mundo.
Agradezco al autor el amable permiso
de publicación.
Fabricantes de pobreza
El pseudo progresismo se ha constituido en el mayor generador de pobreza
de este tiempo. Lo hacen a diario, y pese a las irrefutables evidencias que
confirman esta visión, están convencidos de estar recorriendo el camino
inverso. Definitivamente han hecho un culto de la indigencia.
Después de todo se nutren de ella.
Las naciones que lograron vencer al subdesarrollo, que progresaron en
serio, no lo hicieron construyendo una industria de dádivas, ni gestando un
huracán de privilegios, ni tampoco planteando condiciones ideales para esa
sociedad injusta en la que los que se esfuerzan obtienen lo mismo que
los que no lo hacen.
Esta casta de dirigentes ruines que pueblan las bancas legislativas y
las oficinas públicas, la inmensa mayoría de ellos, incapaces de exhibir un
éxito profesional en sus vidas, disponen de los dineros de todos,
fundamentalmente del de los más pobres, para seguir empobreciéndolos, en una
lógica que, a estas alturas, ya debería haber caído por su propio peso.
A los que menos tienen, los castigan con una carga tributaria
inexplicable. Les hacen pagar a los más débiles, a los que con mucho esfuerzo
solo pueden sustentarse, impuestos que tienen como destino el despilfarro de
siempre, ese que permite ejercer retorcidas prácticas políticas, favorecer
amigotes del mandamás de turno, o alimentar la epidemia de la corrupción.
Ellos, la clase política de diferentes espacios, que gobierna estos
países desde hace demasiado tiempo, ha construido una maraña de reglas de juego
para mantenerse allí, esquilmando a los que producen, pero también a los que
dicen beneficiar.
Son los sectores más empobrecidos los que pagan con mayor fuerza este
sistema que, suponen que los defiende. Impuestos, inflación, derroche y
corrupción. Resulta difícil identificar en esta lista, en qué lugar está la tan
mentada defensa a los que menos posibilidades tienen con la que se llenan la
boca los dirigentes de este tiempo.
Han diseñado un esquema para enriquecerse como funcionarios, que se
sostiene sobre la base de sojuzgar a los más pobres. No han generado
las condiciones para que dejen de serlo, muy por el contrario, crearon un
sistema para que los pobres sigan siendo pobres y queden esclavizados, en manos
del clientelismo y el asistencialismo que se han ocupado de edificar durante
décadas.
Un país rico y prospero, como el que sostiene el relato, no saquea a los
pobres con impuestos e inflación para luego subsidiarlos, no los humilla, ni
los impulsa a convertirse en mendigos de la política.
El país en el que nos quieren hacer creer que vivimos, no existe. Somos
parte de una sociedad donde un pobre es inducido a votar a un candidato
partidario, a cambio de un plan social estatal o de una mera promesa.
Los que se ufanan de hacer política en serio, organizan, cual asociación
ilícita, un afinado método para entregar una bolsa de alimentos el día de las
elecciones solo para lograr mayor caudal electoral. Intentan arrear a los
ciudadanos como ganado, en vehículos. Todo ese despliegue con dineros
públicos muchas veces, confirmando esa cruel sociedad entre la política y la
corrupción.
Habrá que ser menos piadosos con esa clase política. Se trata de una
perversa casta, una verdadera lacra social, avalada por muchos ciudadanos, los
más de ellos cómplices involuntarios de esta parodia.
Esta caterva de dirigentes políticos, no tiene autoridad moral para
hablar de progreso. Se encargan a diario de tratar a la gente como “una cosa”,
de condenarlos a mantenerse en una vida despreciable, a hacerle promesas, a
sabiendas de que no cumplirán, y fundamentalmente a convencerlos de que son
unos inútiles, que no sirven para nada y que solo pueden aspirar a seguir
recibiendo favores, a vivir de prestado y solo en la medida que continúen
votando a su humilladores para que los sigan destratando.
Cuando estos corruptos finalmente se vayan y sean finalmente
desenmascarados, cuando los que todavía los sostienen, logren darse cuenta de
la inmoralidad que han generado, esta sociedad deberá aun luchar
para vencer las temibles secuelas y este legado lamentable que dejarán como
herencia.
Los depredadores de la política y de la sociedad, los han convencido a
los más pobres, que son ineptos, inservibles y llevará mucho tiempo recuperar
la autoestima, la fe en sí mismos, la fortaleza para dar la mayor de las
batallas y salir de la pobreza sin que nadie les regale nada.
En todo este tiempo, les han robado
la mayor riqueza que un ser humano puede disponer, su dignidad. Y es difícil recuperar esta virtud cuando ha sido
pisoteada, arrastrada y ultrajada durante generaciones.
No se precisan gobiernos que saquen de la pobreza a la gente, en todo
caso se necesita una clase dirigente que deje de lado su costado mesiánico e
interminable vanidad, su soberbia inagotable de creerse el centro de la
creación, la dueña de las verdades y propietaria del monopolio de las
soluciones.
A la gente de bien le queda una dura tarea por delante, ayudar a
reconstruir el optimismo, el poco que queda, a devolverle la fe a los que la
pierden a diario, a alimentar la confianza en sí mismos y la imprescindible
actitud, que es la madre de la riqueza.
El combate será difícil, porque mientras muchos ciudadanos están
dispuestos a ser protagonistas del cambio, otros decidieron dedicarse al ocio
cívico, fomentando la abulia crónica y siendo cómplices de tanto desatino.
Es tiempo de enfocarse en no bajar los brazos. Los que realmente creen
que la historia puede cambiar tienen un duro desafío por delante. Mientras
tanto, del otro lado, buena parte de esta clase política contemporánea,
alimentada desde el populismo vigente, se dedicará a perfeccionar el arte de
ser fabricantes de pobreza.
Alberto Medina Méndez el 6 de dic de 2012
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