Depardieu - Obelix |
Ya habrán leído de Gerard Depardieu, el famoso actor francés, que como
protesta en contra del gobierno de François Hollande, que recientemente aprobó
aumentar a 75% el pago de impuestos a quienes ganen más de un millón de euros
año (1.300.000 dólares), decidió mudarse a una localidad belga ubicada a un
kilómetro de la frontera de Francia.
Y además, aunque el Tribunal Constitucional haya rechazado la
ley -pero pronto replanteada por el gobierno-, Depardieu devolvió su pasaporte y parece que tomará el ruso.
“Estoy harto de trabajar por el estado” – dijo y añadió que en 2012 había pagado el 85% de impuesto sobre su renta.
En
Francia el caso levantó un revuelo: quien como el
ministro del Empleo y Seguridad Social dijo que era “un caso de decadencia
personal”, la de Cultura dijo que era un escándalo y que para Depardieu “habría
sido mejor quedarse en el cine mudo”; otros politicos, los de oposición,
encontraron que el verdadero escándalo era el impuesto y la decisión tomada por
del actor era la consecuencia de la política fiscal irresponsable de los
socialistas.
Yo también participo de esta posición: para quien considere derecho inalienable lo de su
propia vida, de su libertad, de su propiedad,
los impuestos de los gobiernos son un robo y cuando llegan a este nivel,
además de una estupidez pues son contraproducientes, se
manifiestan como un hecho de soberbia y de prevaricación.
Bueno, Hollande, el presidente francés, se encuentra
en buena compañía pues también Barak Obama, otro socialista, intenta hacer lo
mismo; y también en Italia, en España es igual.
Pero el numero puede ser fuerza, pero no, en absoluto,
legitimidad, verdad y coherencia.
Le adjunto un articulo sobre el argumento del profesor
español Juan Ramón Rallo, que agradezco por su tacita permisión, que
mucho me gustó
por inteligenzia y agudeza.
De servicios y servidumbres
Decía Lysander Spooner que el Estado era peor que un asaltador de
caminos porque éste, al menos, no intentaba sermonearte y convencerte de que te
estaba robando "por tu bien": el ladrón te arrebata la cartera, se va
y te deja en paz, mientras que el Estado se instala a tu lado para convertirte
no sólo en su esclavo económico sino, sobre todo, en su esclavo moral.
El Estado francés no sólo es una institución que año
tras año se queda con más de la mitad de todos los ingresos de sus ciudadanos,
sino que además trata de persuadirles de que todavía pagan demasiado poco y de
que redunda en su interés el terminar de rendir sus haciendas particulares a la
Hacienda de la República. Tampoco es que posea alternativa: cualquier banda
organizada que ose sisar cantidades tan astronómicas a un grupo de personas
necesariamente vivirá sometido a un riesgo potencial de rebelión que únicamente
podrá aplacarse y controlarse con un continuado adoctrinamiento y una
bombardeante propaganda.
A tal fin se dirigió el célebre Hollandazo
fiscal por el que las rentas de más de un millón de euros
pasaban a estar sometidas a un tipo marginal del 75%. Su propósito, a diferencia
de lo que algunos quisieron creer, no era el de incrementar los ingresos del
Estado francés, pues la recaudación de la medida se preveía absolutamente
exigua, sino templar los ánimos de unas clases medias que se ven sometidos a un
sistema fiscal igualmente invasivo y ahogante. En otras palabras, el objetivo
del Hollandazo era hacerles más digerible la rapiña fiscal a la mayoría de
franceses de ingresos moderados –que son el auténtico granero del que se nutre
el erario– ofreciéndoles a modo de sacrificio y carnaza el despellejamiento de
cuatro odiosos ricachones. En el fondo no era un impuesto contra los ricos,
sino una campaña de marketing para consolidar la exacción fiscal de las clases
medias y bajas.
De ahí que la reacción de Gerard Depardieu sea tan bienvenida. No porque
Obelix esté combatiendo al César François por el bien de la irreductible aldea
gala, sino porque, al tratar de salvaguardar su propiedad en su propio interés,
no sólo recuerda a todos los franceses quiénes son siempre los auténticos
sojuzgados en materia fiscal (todos aquellos que no pueden evitarlo, esto es,
la mayor parte de las clases medias que no cuentan ni con recursos ni con
asesores para protegerse de las mordidas gubernamentales) sino que, sobre todo,
pone de relieve el auténtico fondo de la cuestión: la tributación confiscatoria
de la Grandeur.
Así las cosas, a Hollande no le ha quedado otro remedio que salir a la
palestra para tratar de redirigir la indignación social contra los exiliados
fiscales como Depardieu en lugar de contra lel auténtico culpable: la voraz
Hacienda gala. Peticiona Hollande que los contribuyentes tienen el deber de
servir a Francia, es decir, al Estado francés, es decir, al propio Hollande.
Otro con complejo de Rey Sol.
En realidad, el mayor servicio que los contribuyentes franceses pueden
prestar a su país y a sus connacionales no es agachar la cabeza e hincar la
rodilla ante el publicano de turno, sino, entre otras contestaciones, ejercer
en masa el muy democrático voto con los pies cruzando la frontera y acelerando
la descomposición de su reaccionario, opresivo y pauperizador régimen
tributario.
Lo que reivindica Hollande no es un servicio a la ciudadanía, sino una
servidumbre al Estado; mas sólo revistiendo lo segundo de lo primero tendrá
oportunidad de canalizar el odio social contra el traicionero exiliado fiscal,
minimizar futuros casos análogos, argamasar a quienes creen que pagan muchos
impuestos porque los ricos no contribuyen y, en última instancia, lograr
mantener en pie la descarada institucionalización del expolio en beneficio de
políticos, burócratas, grupos de presión y buscadores de rentas. A nada más que
esto se reduce toda la pomposa retórica de nuestros estatistas gobernantes.
Juan Ramón Rallo el 28 de dic
de 2012
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