Ahora que la ética
ha salido de la vida común – hablar de principios, de derechos naturales, de lo
sagrado de la vida, es algo afuera del tiempo y casi afuera del mundo, de
nuestro mundo- ahora, decía, la
ética la encontramos en los anaqueles de los supermercados, como fuera una
cajita, un botecito. Mejor la econtramos en lugar de los botecitos que no encontraremos
más.
Es decir, la
ética echada por la puerta regresa por la ventana.
El hecho al
cual me refiero es que, no por una ley o por una imposición pero, así, según y conforme al Zeitgeist (el espiritu del tiempo), unos
supermercados han decidido de no poner más en venta el exquisito “foie gras”
francés (hígado graso), gloria del Perigord de Francia.
Todo empezó, hace no mucho tiempo, en California lugar
muy “sensible” a todas las modernidades donde fue desterrado de los menú de los
restaurantes y de las tiendas gourmet.
Ahora es lo
que está pasando en Italia;
pero, pues son conceptos, como decir, muy “modernos”, muy “progres” que se cunden
como mancha de aceite, puede ser que entre poco los encontramos también aquí en México.
En la Francia
no, pues es la Francia que se encuentra en el ojo del huracán.
Para hacer esta
delicia del paladar, patos y gansos vienen sometidos por unos veinte dias a la tortura
del “gavage”,
es decir a la alimentación forzada: montones de cereales son introducidos por
medio de un embudo en la garganta de los aves unas cuantas veces al día, lo que les provoca el engrosamiento
del higado hasta ocho veces de lo natural. Que es cuando los matan poniendo fin
al suplicio y sacandoles el enorme órgano que viene transformado en el plato de
sueño de los gourmet.
De todo modo hay que decir que el foie
gras es el padre de todos los alimentos éticamente discutibles.
Nuestra sensibilidad, nuestra manera de ver y entender las cosas del mundo
ha cambiado y ahora también yo, que no me encuentro “animalista” o adorador de
la “madre tierra”, que estoy convencido que el mundo está al alcance del hombre, según la fórmula evangélica,
y no al contrario, también yo no puedo
soportar, cuando lo pienso, esta y otras crueldades.
Esto de no pensarlo, al final, es una suerte de vileza. Es más comodo, más tranquilizador pensar en otra cosa, aparentar que no pase nada, que no se
haga nada: en esta manera nos quitamos dudas y problemas de conciencia.
Y esto vale por el foie gras, por
la langosta o el bogavante (se echan vivos en la olla hirviendo) o por el ganso
chino (se lo pone vivo en una grande olla tapada sobre el fuego porque brincando
por las quemaduras de una pata a la otra se le blande la carne) y muchos otros
casos (que no quiero ni saber: ¡ah... la vileza!) en donde la crueldad no se detiene
para ofrecer el mejor gusto a los glotones.
Estoy convencido, en cambio, que sería útil y
necesario a veces pararse a pensar en lo que comemos.
Afortunadamente,
no estamos hablando de pan o de tortillas y, para la gente común, para mi, no
será que llevar luto por lo que
está pasando.
Podemos vivir
igual sin “foie gras”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario