Me gustaba
mucho comer el pollo.
Como todos los
niños de mi generación el pollo lo comía solo el domingo: era una comida de
lujo.
Mirando por
atras con los ojos de hoy, aquel pollo era verdaderamente un lujo pues era de
corral, y no por una elección comercial o gastronómica sino porque en aquel
tiempo solo habían pollos criados en el campo.
El pollo que se
comía en la casa salía de la pollera del abuelo que estaba llena de gallinas y
cada mañana nosotros los niños teníamos el huevo fresco, recíen hecho: también esto era un lujo del
cual no me daba cuenta.
La mamá
servía la mesa con el pollo asado con papas, le quitaba
el muslo y lo entregaba al abuelo, el otro a mi papá; para mi muchas papas y
una alita, luego podía hinchar los dientes en los
huesitos buscando pedacitos de pulpa.
Me incantaba el
pollo del domingo, la costra crujiente, el “bocado de rey”.
Luego los pollos
empezaron a tener otro sabor, antes de pez y luego un sabor neutro: no había
mas la pollera del abuelo y yo comía otros platillos.
Hoy en día,
cada tanto, como pollo pero siempre me quedo decepcionado. Tal vez sea el
recuerdo del aquel sabor: no hay más el pollo de antaño...
Stefano Bonilli
2012
Es un pasaje que encontré de un gourmet muy conocido en Italia. En cierto
sentido tiene la misma visión de la cocina que yo: habla a menudo de lo que era
el mundo antes, del campo, de la mesa en la casa de la mamá, de la tradición y del respeto.
De todo lo que desapareció. Y no solo el
pollo.
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