jueves, 28 de junio de 2012

Familia frente al estado






Hay dos maneras de encarar el asunto.
La primera: objectiva, práctica. 

La familia, así como la hemos entendida desde su aparecer con hombre y mujer, está desapareciendo.
Y al igual que la familia, está desapareciendo la comunidad, el pueblo como un conjunto de mismas raices, sustituidos, reemplazados por el estado.
Pero el asunto no es así simple como se escucha porque las consecuencias de este reemplazo llegan al desmoronamento, a la caída, de la sociedad humana, que se funda en la familia, que trae su fuerza, sus verdaderos vínculos, en la familia.
Y mucho de lo que estamos viendo: la pérdida de la fe, el creer en nada o nihilismo, el egoísmo, el hedonismo, la denegación - incapacidad-no voluntad - del compromiso, el convencimiento que sea derecho todo lo que queremos, que no sea nuestro asunto empeñarse sino de los otros, sale de aquí, de la familia que no es más el centro y el fundamento de la vida asociada.

Disculpen si repito lo que ya escribí:
“El auge del estado del bienestar puede describirse entonces como la constante transferencia de la función de “dependencia” de la familia al estado, de las personas ligadas por lazos de sangre, matrimonio o adopción a las personas ligada a funcionarios públicos, a burócratas.
El paso final se produjo cuando el estado implantó un programa de pensiones de ancianidad o jubilación: un sistema público de seguridad social, recortando los lazos naturales entre generaciones de una familia, de otra manera dejaba al estado como centro de la lealtad primaria.
El hecho subyacente fue aquí la socialización de otra función de la dependencia, esta vez la dependencia de los “muy viejos” y los “débiles” respecto de los adultos maduros.
Durante milenios, el cuidado de los ancianos había sido asunto de la familia.
A partir de aquí, iba a ser cosa del estado”.

Y donde está pasando ésto? En todo el mundo, sobretodo en el mundo más avanzado, más civilizado, lo que llaman el primer mundo.
Vaya, la civilización que mata a si misma.
Y porqué está pasando ésto? La explicación más sencilla es que nos hemos equivocado: el positivismo cientifico nos ha llegado a la civilización, al desarrollo, como algo que pudiera salir en contra del hombre, sin el hombre, afuera de su espiritu etico.

Pero, desde los albores de la humanidad, el hombre siempre ha necesitado una guía moral -la religion, su conciencia, la fe en algo que trascendiera la vida misma- así que cuando nos hemos ido apartando de esos valores hemos caído en ilusiones, espejismos, desaciertos; hemos caído en la trampa del estado y hemos hecho del estado una sublimación, como sustituto de Dios.
El positivismo cientifico que ha ganado a la vida, a la fé.
Desde que Hegel y más tarde Friedrich Nietzsche proclamaran que “Dios ha muerto” y posteriormente Marx declarara a la religión como el opio del pueblo, la idea de un Dios como garante de una moral con la que conducir la vida terrena ha sido sustituida por la figura del Estado como institución moral y garante a su vez de todas las prebendas antes atribuidas a Dios.




La segunda: más intima, más personal, como intentaré hacerla yo, que me encuentro a ser abuelo sin nietos, que creo en la familia de mi memoria más que en la de ahora (la llaman moderna, o mejor, posmoderna).
Hablaba hace tiempo con un amigo de Italia: me decía que, en el “liceo classico” (la escuela secundaria más calificada, adonde se estudian latin y griego) de su ciudad, los hijos de parejas regularmente casadas son mirlos blancos.
Y esto pasa a los treinta años de la introducción del divorcio en Italia.
La ideología de los derechos tiene sus costos y sus consecuencias: no hay nada que hacer; y este costo es lo de borrar el sentido de los deberes naturales, te hace más libre, en una forma total, absoluta, libre también de anular tu especie.

Pero, tengo que aclarar, a látere porque mis amigos entiendan, que esta es una malentendida forma de libertad, no es la libertad en la cual yo creo: esta es una libertad sin responsabilidad, sin compromiso con la vida, libertad sin consecuencias.
Yo entiendo la libertad como un compromiso con si mismos; pero si bien nada haría para prohibir estas formas de vivir, de entender la vida, en el mismo tiempo reafirmo mi derecho de desdeñarla intelectualmente, de oponerme con mis palabras y mis escritos, porque el camino de la verdad es unico y no podemos caer en el relativismo que todo lo que pasa es correcto, es moral. Pasa y entonces tiene su razon: pero equivocada. Y yo, sin compararme a Dios, le dejo al hombre el derecho de fallar.


Pero en todo esto que está pasando ¿donde está la familia?
Falta, no hay más. No hay más aquellas cosas, aquellos sentimientos, quizá banales, las de que nos hablaban los curas, las abuelas, los filosofos del buen sentido, del sentido común: el sentimiento de la vida, la vida que es don, que es espera y esperanza, asombrosa y aturdida necesidad.
Falta la vertud, estamos viviendo tras la vertud, sin la gracia: según Alasdair McIntyre.

Y nos dicen que la crisis de la familia es un hecho económico, las dificultades del cada día que impiden relaciones firmes. Mentiras que el estado y sus pífanos comprados nos imbuyen después de haberla capada a la familia.
Le han quitado su funcion de nucleo vital, responsable y edificante; han destruido el lugar de las memorias y de los recuerdos, donde se crean lazos afectivos y solidales que permanecen toda la vida y también después.
¿Y para qué?
Para substituirle con la guardería infantil, los asilos de ancianos, la escuela estatal para todos, el seguro social y en adelante, con el objectivo  -que más que un accidente inesperado es un resultado buscado y querido-  de substituir los papás con el funcionario- burócrata...



Lo que estoy diciendo a veces corresponde más al mundo europeo, con la caída de la natalidad, el hedonismo, el culto del cuerpo y el olvido del anima; pero esta forma de vivir, esta mentalidad, en un mundo que se hace siempre más pequeño, ya va extendiéndose.
Pensar que sea aunto de los demás, que no sea de nosotros, es la manera segura de no darse cuenta del problema, de vivir como el avestruz que frente al peligro se mete con la cabeza bajo la rena.


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