Consideraciones y reflexiones acerca de unos aspectos
del tiempo presente.
Hace tiempo estaba leyendo, en el sitio de una querida
amiga que todavía no conozco (en
persona), una muy adecuada pregunta que ella
se ponía sobre la escasa atención a la lectura en los jovenes de hoy
(pregunta más aún adecuada pues la susodicha señora sigue como operadora
cultural en su país).
Más o menos en el mismo tiempo, tal vez porque interesado en el asunto, me llegó a la vista un viejo artículo de un editorialista y académico (Guillermo Sheridan en el
2007) propio
sobre la atención a la lectura
en Mexico.
Su análisis era desalentadora y la conclusión no dejaba espacio a dudas:
“No, no [los
mexicanos] queremos leer. Que no nos interesa. Que no. Que no queremos.
Que no haya libros y ya. Punto. No. ¡Que no! Ene, o = NO.”
A soporte de esta cortante conclusión citaba estadisticas sobre la
lectura y la costumbre de los jovenes: espantosas!
“...hay 8.8
millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero
que el dieciocho por ciento de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto pie en
una librería. ... la mitad de los universitarios (cuatro millones)
prácticamente no compra libros... en 53 años el número de librerías por millón
de habitantes se ha reducido de 45 a 18 en la culta capital.”
A este punto pero me entró ganas de profundizar.
En Europa, en Italia como estaba la situación?
En Europa, en Italia como estaba la situación?
Aun dandonos cuenta de los distintos
ordenamientos escolásticos, de un diferente costumbre, de una cierta “tradición”, la situación no es luego muy diferente.
Un viejo hombre de cultura, Pietro
Citati, escritor y ensaysta, culpaba este desamor en la patria de Dante,
Boccaccio, Machiavelli, Manzoni… al echo que no hay más autores de nivel, que no hay más libros que merezca
la pena leer. Mientras tanto
“sigue la desaparición
de los clasicos. Los italianos nunca han leído Dickens y Balzac. Hoy en día, también
Kafka, que en los ‘70-‘80 era amadísimo, va a alcanzar Tolstoj y Borges en el amplio
pozo del olvido.”
Y en eso estoy de acuerdo: los
poco libros que todavía se venden están más o menos al nivel de El libro
vaquero o de La pierna de Carolina que parecen despoblar en Mexico.
Menos me
convence echarle la culpa a los gobiernos que no hacen nada para “la cultura”,
que faltan ayudas a la industria editorial, que los libros son caros y por eso
no se compran cuando acaso debería ser la familia, la escuela (libre),
los maestros a la altura de sus misiones, los unicos que podrían animar a la lectura.
No! El
problema no está en la falta de subsidios gubernamentales, no es un asunto de
dinero (videojuegos, celulares ultimo modelo, Ipod, Ipad et similia se
venden a millones).
El
problema tiene que estar de otro lado.
Tal
vez ni siquiera es un problema. Es el
mundo, la manera de vivirlo, que se muda.
Y entonces me pregunto: estamos verdaderamente convencidos que la
falta de (buenas) lecturas sea un handicap,
una rémora, al desarrollo psíquico e intelectual de los jovenes? Quiero decir: de veras es así importante leer?
O, en cambio, no somos nosotros, que
nos ponemos estas preguntas, que traemos consecuencias negativas de los
acontecimientos, que indudablemente son hoy en día, que pero estamos mirandolos
con los ojos de ayer; mirandolos con
temor y con timore e intolerancia al mundo
futuro, al mundo de los chicos y de los jovenes de ahora; llevando adentro de
nosotros como una tara, el marco, el sello de una forma de cultura atada al nuestro,
ya passado, tiempo.
O sea, a la fin, la cultura es
una sustancia – una maniera de ser -, o una forma – una lupa, un prisma - para
interpretar, a traves de ella, el mundo?
Y si cambia este ultimo, porque no podría cambiar también la forma, la manera di verlo, de interpretarlo?
Y si cambia este ultimo, porque no podría cambiar también la forma, la manera di verlo, de interpretarlo?
Abiertamente, no sé contestar.
Estoy bastante crítico respecto a
mi tiempo, respecto a mi generación y a la que la precedió, que tienen en sus hombros culpas y responsabilidades pesadisimas
(totalitarismos, guerras, masacres y genocidios) que no se me ocurre decir que el
amor a la Lectura (que hubo), el amor a la Música (que hubo), el amor a las
Artes (que hubo) nos hayan conducido a hacernos mejores de los que ahora
pretendemos juzgar solo porque no tienen más un libro en la mano.
El jerarca nazi Heinrich Himmler, considerado por
los historicos el alma negra de aquel lamentable régimen, el verdugo mas despiadado y cínico, además de
haber sido el loco planificador de los campos de exterminio, tenía en su casa una riquísima biblioteca y
quería mucho a la música de Chopin.
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